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El día que temo

20161003_071152Salmos 56:3-4

“En el día que temo, yo en ti confío…”

Podríamos definir el temor como un sentimiento desagradable o perturbación, que trae una intensa angustia a nuestro ser y que es causado por la antipatía o rechazo, a un riesgo o amenaza, a nuestra vida o forma de vida. Todo ser humano experimenta este tipo de sentimiento. Tal vez alguno haya aprendido a controlar la forma en que expresa este sentimiento, sin embargo tenemos que decir que nadie está exento de experimentarlo. El autor del Salmo 56, el rey David, hombre que luchó y venció a leones, osos y gigantes, experimentó en carne propia el temor. Así lo expresa en el versículo que citamos al comenzar.

El temor es parte de nuestra naturaleza humana. Todos nosotros hemos experimentado o tal vez estamos experimentando alguna clase de temor; temor al fracaso, temor a la soledad, temor a la ausencia de recursos económicos, temor a la muerte, temor a lo que nos pueda hacer el hombre…

Entonces; ¿Qué hacer ante el temor? 

La respuesta es confiar.

Confiar ¿En quién? En Dios. David lo afirma claramente en el versículo 4 de este Salmo, léelo.

David, no escribió estas palabras en el vacío. Las escribió con certeza y seguridad porque el mismo había experimentado en su vida el cuidado de Dios. Estando al cuidado de sus ovejas tuvo que confiar en el cuidado de Dios al enfrentar osos y leones. Mas adelante vio como Dios le guió a derrotar a aquel gigante al que todos temían. Aprendió a confiar en Dios. El confiar en Dios es algo que se aprende en nuestro diario vivir, al practicarlo.

Si hoy temes, comienza a depositar tu confianza en Aquel que tiene cuidado de tí y podrás decir como David “En el día que temo, yo en ti confío”.

Pastor Wilfredo Borrero García

 

¿Cuál es la diferencia entre una vida Cristiana victoriosa y una de derrota?

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Jeremías 8:4 “Tú, Jeremías, comunícale al pueblo este mensaje de mi parte: »“Cuando uno se cae, se levanta; cuando pierde el camino, vuelve a él.” Versión DHH

Muchos se preguntan en que radica la diferencia entre aquellos que tienen una vida cristiana victoriosa (agradable a Dios) y aquellos que tienen una vida cristiana de derrota (no agradable a Dios).  La respuesta es sencilla; la diferencia radica en lo que hace el hijo de Dios en los momentos de debilidad y de confusión. Cuando el hijo de Dios, que desea tener una vida de victoria en Cristo, pasa por momentos de debilidad, por momentos donde su humanidad lo arropa y falla a Dios, este reconoce lo que ha hecho, se humilla, pide perdón, recibe el perdón que el Señor le otorga, se aparta de la maldad y se levanta.  Cuando éste da pasos que traen confusión a su vida y le apartan de la voluntad del Señor, este se detiene, no prosigue, deja su errado caminar y se vuelve a Dios en busca de la dirección correcta.  En esto consiste la diferencia. Es en la presencia de Dios, por su amor y su misericordia donde obtenemos la ayuda necesaria para obtener la victoria.

Nuestro Dios conoce nuestra humanidad, sabe que podemos errar,  y hasta ofenderle pero aun así nos ama. Desea que nos volvamos a Él y así evitemos una vida de derrota y destrucción.

Cuando por medio del profeta Jeremías, Dios le habló a Judá, era precisamente eso lo que le reclamaba. El pueblo judío se había apartado de Él (de Dios), había caído, había perdido la dirección y caminaban en una vida de derrota espiritual. Aun así, nuestro amoroso Dios, esperó que ellos reconocieran su pecado, se humillaran, pidieran y recibieran el perdón que Él les podía dar. Esperó que se levantaran y se tornaran a Él, en búsqueda de la dirección correcta. Nunca lo hicieron, y por ello recibieron su paga.  En el año 586 a.C. Jerusalén, capital de Judá (el reino del sur), fue conquistada por Babilonia llegando así su ruina total. Esto debería servirnos de ejemplo.
Hermano; Dios desea darte una vida victoriosa, la pregunta es ¿La deseas tú?

Pastor Wilfredo Borrero

H2O

      Isaías 55:10  Porque como desciende de los cielos la lluvia, y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra y pan al que come,

      Isaías 55:11  así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, antes hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.

lluviaEl agua es parte indispensable en todos los procesos biológicos que se llevan a cabo en la naturaleza. Cuando esas gotas, compuestas de hidrógeno y oxígeno, caen  del cielo y riegan la tierra, comienza una reacción en cadena que culmina en el resurgir de nueva vida. Plantas, animales y todo tipo de ser viviente puede reproducirse y perpetuar su existencia gracias a ese preciado líquido. Las moléculas de H2O fueron creadas por nuestro Dios para cumplir un propósito específico en el  ciclo de la vida, sin ella la vida en nuestro planeta no existiría, así lo estableció nuestro Creador.

Con la Palabra de Dios ocurre de manera similar. Cuando ésta Palabra Santa, compuesta de Verdad y Amor, es “regada” o compartida, comienza una reacción en cadena,  dirigida por el Espíritu Santo de Dios, que culmina en el resurgir de nueva vida espiritual. Toda “semilla mojada” con esta Palabra, experimentará una metamorfosis que dará lugar a un nuevo ser con vida. Sin ella, sin esa Palabra,  no surgiría nueva vida en Dios, ella cumple un propósito específico en el surgimiento de la vida espiritual en el ser humano. Gracias damos a Dios por su Santa Palabra.

Tú y yo, los que hemos experimentado esa nueva vida que viene por el oír la Palabra de Dios, debemos ser agradecidos, y debemos convertirnos, en canales de riego por donde pase libremente esa Palabra, para que llegue a donde Dios la ha enviado a dar vida. Permite que ese “preciado regalo de Dios” fluya a través de ti. Que nada obstruya su fluir a través de tu vida…

Pastor Wifredo Borrero García