No juzgamos las intenciones, juzgamos las acciones

Por: René Pereira Jr.

Jesucristo dijo en una ocasión: «Por sus frutos los conoceréis». Hoy en día se ha levantado una confusión muy peligrosa que está provocando el silencio y el temor de algunos cristianos a defender los principios de Dios. Los enemigos de la fe han sido efectivos en vernder la idea de que un buen cristiano es uno que no emite un juicio valorativo de las acciones y las ideas que fluyen a su alrededor porque juzgar es un pecado. Inclusive se atreven a afirmar que Jesús jamás juzgó a nadie. El buen cristiano, según la imagen de algunos, es aquél que prefiere guardar silencio y se limita a orar por las personas y dejar que el mundo siga su camino, aunque ese camino les lleve a la perdidión. Es la nueva imagen del cristiano «cool» y «nice» que no está dispuesto a asumir posturas que puedan resultar incómodas o chocantes a las opiniones del mundo que le rodea.

Este concepto, para comenzar, proviene de una mala interpretación del llamado a no juzgar. Jesús en una ocasión declaró: «No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados.» (Lc. 6:37). Parecería ser, si tomamos este pasaje aisladamente, que el juzgar algo, para Jesús es malo. Sin embargo también el mismo Jesús nos dice: «¿Y por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?» (Lc. 12:57). También en otra parte dice la Palabra, «Pero aquel que tiene el Espíritu puede juzgar todas las cosas, y nadie lo puede juzgar a él.» (1 Co. 2:15). Finalmente nos dice Jesús nuevamente en Juan 7:24, «No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio.»

Por lo tanto debemos concluir que hay dos clases de «juzgar» que debemos considerar. Una de ellas es incorrecta y no debemos llevarla a cabo, pero la otra es necesaria e importante para la vida de todo cristiano. El juzgar incorrecto es aquél donde emitimos un juicio sin conocer las intenciones y motivaciones de una persona. No tenemos base ni evidencia para evaluar los hechos. Esta clase de juicio se la dejamos a Dios quien sí conoce las intenciones que hay en el corazón de una persona. Pero el otro juicio se basa en un criterio objetivo: los principios de la palabra de Dios. A diferencia del mundo secular cuya mentalidad es relativista, los cristianos basamos nuestra cosmovisión, no en lo relativo, sino sobre la base de lo que la Palabra de Dios, que reconocemos como autoritativa y como regla de fe y práctica, determina que es bueno y que es malo. Yo no puedo juzgar las intenciones o las motivaciones, pero la Biblia me manda a juzgar las acciones, el fruto, la evidencia.

De hecho, sin la capacidad de juzgar, tendríamos un serio problema. ¿Cómo podríamos tomar decisiones en nuestra vida y elegir el rumbo correcto y las acciones correctas si soy incapaz de juzgar o discernir entre lo justo y lo injusto; lo bueno y lo malo? Más aún, ¿cómo podríamos obedecer un mandato como Efesios 5:11 que nos dice: «Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas»? No solo no debemos participar de lo que es malo, sino reprender esas obras infructuosas de las tinieblas. Pero si no puedo juzgar esas obras, ¿cómo podré reprenderlas? El texto va más lejos; nos dice el versículo 12, «Porque vergonzoso es aun hablar de lo que ellos hacen en secreto.» Y se refiere a las acciones pecaminosas que algunas personas hacen en su vida íntima. La iglesia cristiana tiene un rol muy importante de ser luz y sal en este mundo. Tenemos una labor profética que llevar a cabo y para ello tenemos que tener el discernimiento necesario para saber lo que está bien y lo que está mal; y más aún cuando hay seres humanos que van por un camino que les conducirá a la destrucción. Ezequiel 33:6 nos dice, «Pero si el atalaya viere venir la espada y no tocare la trompeta, y el pueblo no se apercibiere, y viniendo la espada, hiriere de él a alguno, éste fue tomado por causa de su pecado, pero demandaré su sangre de mano del atalaya.» Dios ha puesto a su pueblo como atalaya en esta tierra; esto demanda una responsabilidad muy seria de nuestra parte.

Por supuesto, también esta labor debe hacerse con amor, con respeto y con mansedumbre. San Pablo nos dice: 2 Tim. 2:24, «Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad.» Esta es la manera en que lo vamos a hacer. Como dice aquí, corregir, pero con mansedumbre. No olvidando que a cada uno de nosotros el Señor también nos rescató de nuestra vana manera de vivir. Y así como tuvo misericordia de nosotros, puede tener misericordia de los demás.

Así que la próxima vez que escuches a alguien utilizar este argumento de «no juzgar», está listo para responder correctamente.

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